Dicen las malas lenguas —las marujas que conocen los cuchicheos del porno— que Riley Steele tuvo problemas en su última escena de Blacked Raw a la hora de introducirse la polla del actor afroamericano Sly Diggler. Por lo visto, su vagina es tan estrecha que les es difícil manejar calibres de talla grande, motivo por el cual tardó tanto tiempo en grabar su primera escena interracial. De hecho, hemos comprobado en algunas secuencias como se le puede notar un tanto incomoda, nerviosa a la hora de rodar por el tamaño del miembro viril de su partner masculino, una polla que parece que se la inyectó con esteroides anabolizantes.
Lo cierto de todo esto es que no es la primera vez que una estrella se queja de los daños colaterales del porno interracial. Esas entrepiernas negras mastodónticas no aptas para todas las mujeres que además presentan el inconveniente de no durar mucho tiempo erectas. Que se lo digan a Julio Gomez —exactor porno y delincuente que fue encarcelado por violación que trabajó para Blacked— que se le ponía flácida a los primeros minutos de grabación y apenas se le levantaba, dando trabajo extra a los editores de vídeos para quitar esos planos.
Aparte de cumplir con las espectativas de mantenerse erecto, el porno interracial presenta otro handicap difícil de solucionar: no hay actores atractivos estilo galán. Todos son un grupo de pandilleros que parecen salido de las calles del Bronx. Ver a actores como Pressure y Freddy Gong (más negro que un Alien en un apagón) matan las escenas antes de verla. Al menos el brutal impacto que causa ver a Dredd y compañía tiene la ventaja de jugar con la espectacularidad del mayor cliché del mundo del porno: que el tamaño importa.