Si algo podemos achacar a las Suicide Girls es la apertura del porno mainstream hacia una estética mucho más alternativa dominada por la cultura del tatuaje. El término Inky Girls se creó para hacer alusión a las actrices entintadas hasta las cejas, una moda tan vistosa que es imposible no contrastar el dispendio colorido sobre la piel que comparten las starlets. Megan Inky y Bonnie Rotten son un ejemplo de esta diatriba. Megan es una pornostar rumana de aspecto intimidante que ha aterrizado en el porno europeo y tiene en común con Bonnie su atípico perfil: una estética exagerada llevada al fanatismo de la tinta y que supera la barrera de los 30 años. Es una artista del sexo muy experimentada, y por ello el estudio Rocco Siffredi y el mismísimo actor italiano le han dado la oportunidad de protagonizar una escena de altísimo nivel pornográfico.
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