Han pasado 15 años desde que la histórica pornostar estadounidense muriera en 2006 en un trágico accidente automovilístico en la maldita ciudad de Las Vegas, justo un año después de jubilarse del sexo filmado. Desde entonces, Anna Malle ha sido recordada en multitud de medios informativos como la leyenda que fue, una actriz que debutó en 1994 creando escuela y siendo una pionera en prácticas sexuales delante de las cámaras. Tal vez una de las interpretes más queridas después de Traci Lords por llevar en su sangre ascendencia nativa americana y lucir con orgullo cierto componente transgresor a través de sus dos tatuajes estratégicamente colocados.
Se la conoció estéticamente por su morbosa melena morena e ilustrativo cuerpo esbelto, y su pasmosa facilidad para practicar porno BDSM y fetichismos marcaron de una manera determinante su carrera y constituyeron la mayor parte de su filmografía. De hecho, en sus primeras actuaciones junto con su marido, un tal Hank Armstrong, ya daba una muestra de lo que sería su seña de identidad: pasión y frenesí sexual a raudales.
Llegó a rodar más de 400 películas según la base de datos IAFD, llegando a ser una de las damnificadas que rodó con el polémico director Max hardcore, conocido en el mundillo por abusar y humillar sexualmente a las starlets en sus vídeos. Incluso fue amiga íntima de varias estrellas de primer nivel, como la mítica Nina Hartley, con la que tenía derecho a roce. Razones de peso por la que fue galardonada de forma póstuma a ser un miembro de honor en el Salón de la Fama AVN.
Después de once largos años de trayectoria anunció su retirada dejando atrás películas tan aclamadas como «Snoop Dogg’s Doggystyle» (2000), posiblemente su interpretación más popular por compartir cartel con el polémico rapero afroamericano Snoop Dogg. Una especie de documental pornográfico vanguardista que combinaba música hip-hop con hardcore extremo que llegó a coronarse como un éxito comercial por ser la cinta más vendida del año en los Premios AVN de 2002.
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