Es muy audaz que una pornostar se autodenomine a si misma como «La Primera GILF del Mundo» (GILF es el acrónimo anglosajón de abuela que me follaría), pero Sally D’Angelo se ha ganado ese título a pulso cada vez que actúa frente a una cámara por su vicio y silicona a montones. Y es que esta rubia de Tennessee con gigantescas tetas operadas tiene más de 60 años y práctica el amor libre desde tiempos inmemoriales, o lo que es lo mismo, como lo hacía la gente moderna de la década de 1960.
Según ha contado en diversas entrevistas, siempre ha tenido la libido por las nubes y cuando todavía era una menor de edad solía coger las revistas guarras de su padre para masturbarse en la intimidad. De aquellos polvos, estos lodos, empezando una ajetreada adolescencia marcada por la promiscuidad y escarceos sexuales en horarios de trabajo. Tanto ejerciendo de camarera, animadora o estríper.
De hecho, fue justo después de un encuentro casual con la superestrella del porno Nina Hartley en un club de intercambio de parejas (swingers), cuando Sally tuvo claro fundar su propia productora para grabar material amateur semiprofesional, un sector en auge que no hace ascos a edades avanzadas si el material físico es bueno. Años más tarde, Sally se convirtió en la vanguardia de las GILFs de la industria para adultos, y pese a que ya supera la edad de jubilación (tiene 67 años en el momento en que escribimos esta biografía) no muestra signos de desaceleración sexual.
Concretamente fue en 2013, a las puertas de ser una sesentañera, cuando escapó de las fiestas swingers y entornos sexuales privados para dar rienda suelta a su sexualidad descarriada bajo los focos de los sets pornográficos. Unos inicios la mar de productivos donde gozó cientos de orgasmos con hombres de entre 20 y 30 años. Todo ello adornado de una personalidad encantadora y una sed insaciable de polla.