Después de ver a Dixie Lynn sufriendo lo innombrable al ser penetrada bucalmente con la crueldad intolerable de Dick Drainers, dejamos de creer que la seráfica starlet progresaría buscando el sacrificio físico y el riesgo sexual. Nos equivocamos. Recientemente, la rubia de rostro aniñado más famosa de la industria ha sometido su inmaculado cuerpo a un durísimo vía crucis sexual en un gangbang interracial donde no hay cuartel. Un debut donde las huestes del estudio Dogfart Network, una pandilla cabreada de afroamericanos en clara superioridad numérica, bombearon por turnos a la joven y nos dieron la valiosa lección de que no hay que juzgar un libro por su portada.
Parecía un cervatillo indefenso en mitad del bosque ante una jauría de lobos hambrientos. Un trofeo femenino para la vieja escuela de la pornografía interracial que nos ha puesto el corazón en un puño por recordarnos aquella vez en la que el cuerpecito diminuto de Piper Perri nos daba la impresión de que iba a hacerse añicos en la próxima embestida. Y es que el morbo que desprenden este tipo de actrices se basa en disfrutar de estar en desventaja.